Endnotes

Endnotes4
  1. Editorial #4
  2. Brown v. Ferguson
    1. A History of Separation
    2. Preface
    3. Construction
    4. Infrastructure
    5. Fracturing
    6. Strange Victory
    7. Defeat
    8. Afterword
  3. gather us from among the nations
  4. its own peculiar decor
  5. An Identical Abject-Subject?

A History of Separation

Historia de la Separación: Parte 3 LA FRACTURA DEL MOVIMIENTO OBRERO

Los trabajadores creían que si participaban de la aterradora marcha del progreso, el matadero de la historia sacrificaría a sus enemigos. El desarrollo de la civilización industrial empujaría a los trabajadores a una posición de poder. Era cierto que en las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial las tendencias parecían moverse en la dirección correcta. En la primera década del siglo XX, los trabajadores fluyeron en masse a las organizaciones construidas alrededor de una identidad afirmativa de los trabajadores. Los partidos socialdemócratas pasaron de colectar unos miles de votos -en tanto formación minoritaria al interior del movimiento obrero – a conseguir millones, convirtiéndose en la tendencia principal de ese movimiento.

Mientras tanto, en algunos países, la afiliación sindical creció: “En 1913, los sindicatos británicos habían añadido aproximadamente 3,4 millones de trabajadores, los alemanes algo menos de 3,8 millones y los franceses cerca de 900.000 a la membrecía de finales de la década de 1880. Los sindicatos finalmente invadieron las fábricas, que se sumaron a los sitios de construcción, las mina de carbón y el pequeño taller, en los que ya tenían presencia.”1 ​​La clase se había convertido en una fuerza con la que había que medirse, y lo sabía.

La creencia de los revolucionarios de que las tendencias continuarían moviéndose a su favor se consagró en la política del abstencionismo. Los partidos socialdemócratas se convirtieron en las facciones más numerosas en los parlamentos, incluso si quedaban en minoría; pero se abstuvieron de participar en el gobierno. Se negaron a gobernar al lado de sus enemigos, prefiriendo en lugar de ello esperar pacientemente a alcanzar la mayoría: “Esta política de abstención llevaba implícita una gran confianza en el futuro, una creencia firme en la inevitable mayoría de la clase trabajadora y el poder siempre creciente del apoyo de la clase trabajadora al socialismo.”2 Pero lo inevitable nunca llegó a suceder.

LOS LÍMITES EXTERNOS DEL MOVIMIENTO OBRERO

Los trabajadores industriales nunca llegaron a ser la mayoría de la sociedad: “A pesar de que el trabajo industrial alcanzó su mayor extensión, la reestructuración de largo plazo ya estaba volcando el empleo hacia la administración y demás trabajos en los servicios.”3 Ese fue el límite externo del movimiento: siempre fue demasiado pronto para el movimiento obrero, y cuando no fue demasiado pronto, ya era demasiado tarde.

Era demasiado pronto porque el antiguo régimen persistió, en todas sus formas, a pesar de la creciente fuerza de la clase obrera industrial. A finales del siglo XIX “era innegable que, a excepción de Gran Bretaña, el proletariado no era -los socialistas agregaban con confianza, “no aún”- para nada la mayoría de la población.”4 El estancamiento en el crecimiento de la clase obrera se reflejó en la permanencia obstinada de los campesinos en el campo, y en la resistencia tenaz de los artesanos y pequeños comerciantes en las ciudades. También se reflejaba en límites cuantitativos aparentes para el crecimiento del movimiento: los sindicatos estaban lejos de organizar a la mayoría de la población; los porcentajes de votación a la socialdemocracia se mantuvieron por debajo del 51 por ciento. Mirando por encima de estas cifras, los partidos decidieron esperar. Y vaya que esperaron, incluso durante aquellos momentos en que la clase se sacudió y trató de arrollar a sus jinetes. Supuestamente la historia seguiría su curso – eso estaba garantizado. Sin embargo la historia dio un giro inesperado.

Casi tan pronto como el antiguo régimen se disipó, la clase obrera industrial semi-calificada dejó de crecer. A continuación entró en un declive imparable. Al principio sólo lo hizo en términos relativos, en comparación a la fuerza de trabajo total. Pero luego, en los años 1980 y 90, y en casi todos los países de altos ingresos, declinó en términos absolutos. Como resultado, los trabajadores industriales nunca constituyeron más de, como mucho, un 40-45 por ciento del total de la fuerza de trabajo.5 Una creciente masa de trabajadores en los servicios privados se expandió a la par de los trabajadores de la industria y después los rebasó como la fracción mayor de la fuerza de trabajo.6 Asimismo muchos pobladores urbanos llegaron a encontrar empleo en el sector público -empleados de la administración pública, maestros, etc.- o pasaron a vivir de ingresos no salariales: estudiantes, beneficiarios de ayuda estatal, etc. Se esperaba que todos estos grupos cayeran en el proletariado, pero en su lugar el proletariado cayó en ellos.

Ese fue el caso, a pesar del hecho de que una parte creciente de la población mundial pasó a depender de un salario. Pero en su mayor parte, esta población asalariada no encontró trabajo en la industria. La aparición de fábricas en algunos lugares no presagiaba su aparición en todas partes: “El dinamismo en verdad imponía al atraso a [una] dialéctica de dependencia”7 El éxito del movimiento obrero -en ciudades de una sola industria, o en ciudades industriales- no era la realización del futuro en el presente. La coexistencia de fábricas masivas y pequeños talleres no era una falla, sino antes bien una característica permanente del sistema.

Sin embargo, las razones más profundas del continuo carácter no mayoritario de los trabajadores se hallan en las “leyes de movimiento” de la dinámica del capital. El punto clave, aquí, es que el capital desarrolla las fuerzas productivas en y a través de un aumento masivo de la productividad del trabajo. Esto tiene resultados contradictorios con respecto a la demanda de trabajo: los aumentos en la producción hacen que el empleo crezca; el incremento de la productividad hace que se encoja. El equilibrio entre ambos determina entonces el crecimiento de la demanda de trabajo. En el apogeo de la industrialización, la productividad del trabajo aumentó rápidamente. Pero la producción industrial aumentó más rápidamente, por lo que el empleo industrial se expandió. Como exploramos a continuación, esta relación global se invirtió en la segunda mitad del siglo XX: las tasas de crecimiento del producto cayeron por debajo de las tasas de crecimiento de la productividad; como resultado el crecimiento del empleo industrial declinó de manera constante. Pero incluso en el período anterior el equilibrio entre crecimiento de la producción y crecimiento de la productividad presentó límites reales para el poder obrero.

En muchas de las industrias de vanguardia del período previo a la Primera Guerra Mundial -como textiles y el acero, donde los trabajadores habían logrado las mayores conquistas- el empleo no pudo seguir el ritmo del crecimiento de la fuerza de trabajo después de la Primera Guerra Mundial. Incluso algunas industrias despedían más de lo que contrataban. Mientras tanto nuevos sectores, como los de bienes de consumo y automóviles, recogieron parte de la carga de la generación de empleo en la industria, pero a los sindicatos les llevó tiempo organizarlos. Más aún, en tanto que arrancaban con un nivel alto de mecanización, la expansión de estas industrias fue menos creadora de empleo que el crecimiento de las industrias anteriores, a mediados y finales del siglo XIX. Se dio así el fenómeno de intensificación tecnológica y disminución relativa de la demanda de fuerza de trabajo que Marx, en el primer volumen de El Capital, llamó composición orgánica creciente del capital.8 En todos los países el empleo industrial como parte del total se mantuvo firmemente por debajo del 50 por ciento requerido para lograr la mayoría. Incluso en los países más industrializados (Reino Unido, Alemania) no logró elevarse por encima del 45 por ciento.

LOS LÍMITES INTERNOS DEL MOVIMIENTO

Los límites externos establecieron una frontera al crecimiento del movimiento obrero, al limitar el tamaño de su electorado. No obstante, el movimiento se enfrentó también a límites internos: sólo una porción del proletariado llegó a identificarse con el programa del movimiento obrero. Eso se debió a que muchos proletarios afirmaban sus identidades no clasistas -organizadas principalmente en torno a la raza y la nación, y secundariamente alrededor del género, la calificación y la rama- por sobre su identidad de clase. Veían componerse sus intereses de modo diferente, dependiendo de cuál identidad favorecían.

Hablar de una “identidad de clase” en este sentido habría parecido a los teóricos del movimiento obrero una especie de contradicción en los términos. Ellos veían identidad y clase como conceptos opuestos. Se suponía que la clase constituía la esencia de lo que eran las personas; identificarse principalmente con la propia clase era tener “conciencia de clase”. Identificarse de acuerdo con algún otro eje era tener “falsa conciencia”. Las identidades no clasistas fueron vistas como rasgos no esenciales que oponían a los trabajadores unos contra otros, como así también contra sus intereses reales (es decir, sus intereses de clase). Pero fue sólo desde el interior del movimiento obrero que la lucha horizontal entre grupos políticos, organizados en torno a diferentes identidades, fue percibida como una lucha vertical entre una categoría profunda -la esencia de clase- y una diversidad de categorías superficiales.

La identidad obrera pudo funcionar como una categoría profunda puesto que parecía ser al mismo tiempo una identidad tanto particular como universal. La identidad particular era la del trabajador industrial masculino semi-calificado: “La clase obrera fue asimilada con demasiada facilidad con la relación asalariada en su forma pura: el auténtico trabajador, el verdadero proletario, era el trabajador fabril”, y podríamos añadir, más específicamente, el trabajador fabril masculino.9 Aunque a menudo sostuvo que sus necesidades eran secundarias, el movimiento no pasó por alto a las mujeres: entre los trabajadores, “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado“, de Engels, y “La mujer y el socialismo“, de August Bebel, eran más populares que El Capital de Marx. Obviamente, las mujeres también trabajaban en las fábricas, en particular en la industria ligera (textil, la electrónica de montaje), y eran a menudo importantes organizadoras de los trabajadores.

Sin embargo siguió siendo el caso que la identidad particular del trabajador industrial masculino semi-calificado fue percibida como poseyendo un significado universal: era sólo como clase obrera industrial que la clase se aproximaba al trabajador colectivo, la clase en-y-para-sí. Esta importancia no era sólo política. Durante el ascenso del movimiento obrero parecía que todas las identidades no clasistas -aún el género, en la medida en que servía para separar ciertas tareas en trabajos masculinos y femeninos- se estaban disolviendo en el vasto ejército de trabajadores fabriles semi-calificados.

Los teóricos del movimiento obrero vieron al trabajador colectivo emerger de las entrañas de la fábrica y previeron la extensión de esta dinámica a la sociedad en su conjunto. Debido a la división del trabajo y la descualificación del trabajador, existía la expectativa de que el tipo de trabajo que los trabajadores industriales realizaban se convertiría en cada vez más fungible. Los mismos trabajadores se convertirían en intercambiables, a medida que pasaran de industria a industria, de acuerdo con una demanda continuamente cambiante de fuerza de trabajo y de bienes. Por otra parte, en las fábricas los trabajadores se verían obligados a trabajar con muchos otros miembros de su clase, con independencia de “raza”, género, nacionalidad, etc. Se esperaba que los capitalistas empacaran todo tipo de trabajadores en sus complejos gigantescos: el interés capitalista en obtener una ganancia llevaría a superar todos los prejuicios no rentables en la contratación y los despidos, obligando a los trabajadores a hacer lo mismo. Como resultado, los intereses particulares de los trabajadores entrarían en cortocircuito. Lo sólido desvaneciéndose en el aire, lo sagrado profanado.

En realidad la homogeneización que parecía estar teniendo lugar en la fábrica fue siempre parcial. Los trabajadores se convirtieron en piezas intercambiables en una máquina gigante; sin embargo, tal máquina resultó ser enormemente compleja, proporcionando muchas oportunidades para enfrentar a diferentes grupos unos contra otros. En las plantas de automóviles en Estados Unidos, los trabajadores negros se concentraron en la fundición, el trabajo más sucio. Los italianos del sur se vieron igualmente separados de los norteños en las plantas de Turín y Milán. Dicha separación puede parecer ineficiente, desde el punto de vista de los empleadores, ya que restringe el número de trabajadores potenciales para un puesto dado. Pero mientras las poblaciones relevantes sean lo suficientemente grandes, los empleadores son capaces de segmentar el mercado de trabajo y presionar a la baja los salarios. Si podían crearse conjuntos diferenciales de intereses entre los trabajadores gracias a las divisiones internas en la planta fabril (como en la Toyotización), tanto mejor. Los capitalistas no tenían inconveniente de que la población trabajadora continuara siendo diversa y en muchos aspectos inconmensurable, sobre todo cuando esto socavaba los esfuerzos organizativos de los trabajadores.

Dado que la esperada homogeneidad de la fuerza de trabajo semi-calificada no se dio plenamente, la realización de esta homogeneidad por otros medios se convirtió en parte de la tarea del movimiento obrero. Como vimos anteriormente, la organización requiere una identidad afirmativa, una imagen de respetabilidad y dignidad de la clase obrera. Cuando los trabajadores no lograron adaptarse a este molde, los campeones del movimiento obrero se convirtieron en campeones de la auto-transformación. El movimiento obrero era una secta -con una sensibilidad pragmática y puritana, un estilo de ropa en particular, etc.10 Aún así la prédica del trabajador dignificado (masculino, disciplinado, ateo, que expresa una sed de conocimiento científico y de formación política, etc.) a menudo fue obtenida por analogía a los valores de la sociedad burguesa. “Los activistas del partido querían vivir vidas dignas, honradas, morales, moderadas y disciplinadas: por una parte para dar un buen ejemplo a los trabajadores que todavía no estaban organizados; por la otra para mostrar a la sociedad burguesa que se estaba a la altura de las circunstancias, que uno tenía buena reputación y merecía respeto.”11 En otras palabras, los activistas del partido eran con frecuencia unos aguafiestas.12

Por supuesto había muchos trabajadores a los que una auto-comprensión de esta clase nunca podría resultarles atractiva. El límite interno del movimiento obrero era el límite de la capacidad o el deseo de los trabajadores de identificarse como trabajadores, de afirmar tal identidad como algo positivo, aún más, como algo esencial, algo que definía fundamentalmente quiénes eran. Esto significó que el movimiento obrero nunca llegó a incluir más que solo una fracción de la clase obrera. Fuera quedaron siempre “los supersticiosos y devotos religiosos, la transgresora sexual, los jóvenes frívolos, las minorías étnicas y otros marginados, y la clase obrera irregular de las subculturas criminales, los precarizados y los migrantes pobres “13 Surgieron tendencias políticas que intentaron apelar a los trabajadores sobre la base de algunas de estas identidades que el movimiento obrero dejaba por fuera. De esta manera el movimiento se encontró compitiendo con partidos nacionalistas, cristianos o católicos. Pero de cualquier modo se daba el caso que, en la era del movimiento obrero, todas esas facciones encontraron que tenían que definirse a sí mismas en relación a la identidad obrera si querían tener alguna influencia. El movimiento obrero hegemonizada el campo político (aun cuando fuera desde los márgenes del campo de la política oficial).

ESTRATEGIAS ALREDEDOR DE LOS LÍMITES

Fue principalmente en respuesta a su límite externo que el movimiento obrero desarrolló estrategias divergentes. ¿Cómo iban los trabajadores a superar este límite y convertirse en la mayoría de la sociedad? En retrospectiva, podemos ver el límite exterior como una barrera absoluta, pero fue imposible extraer esa conclusión durante la era de la industrialización. Para los trabajadores parecía probable que de un modo u otro la industrialización seguiría su curso, o bien que las fuerzas productivas podían expandirse por diversos medios, lo que aumentaría el tamaño y la unidad del proletariado. Por supuesto, los que creían que el proyecto del movimiento obrero nunca se vería realizado bajo las condiciones existentes, simplemente dejaron el movimiento, entrando en una u otra tendencia utópica perdida en la historia, o renunciaron a la política.

Para los que se quedaron, el límite exterior se presentó como un conjunto de dilemas estratégicos. Estos debates concernían sobre todo a las formas de lucha, por oposición a su contenido: (1) la forma de la revolución -¿insurrección o elecciones? (2) la forma de la organización -¿acción directa o representación parlamentaria y sindical? y (3) la forma del Estado -¿herramienta de las clases dominantes o instrumento neutro que refleja el balance de fuerzas de clase?

En cualquier caso, el punto para nosotros es ver que los debates estratégicos claves del movimiento obrero surgieron en relación con los límites específicos que enfrentaba aquel movimiento. Nuestros propios debates estratégicos, en nuestro tiempo, están en relación con los límites que enfrentamos o vamos a encontrar, los cuales son bastante diferentes (esta intuición no debe leerse como implicando, de manera pesimista, que nuestros límites también van a terminar mostrándose como barreras infranqueables). Cualquier intento de reactivar el horizonte estratégico del movimiento obrero en la actualidad se basa en la falsa lectura de una similitud entre eras o, alternativamente, es un delicado y difícil salto a través del abismo del tiempo que se reconoce como tal.14

1 LA SALA DE ESPERA

A la derecha del movimiento obrero, los socialdemócratas se vieron obligados a enfrentar los hechos. Estaban esperando que su época arribara, pero en todas partes chocaban contra el techo en términos de porcentajes de votación, a menudo muy por debajo del 51 por ciento. Decidieron que necesitaban prepararse para un largo camino por recorrer. Eso significaba, en particular, mantener la disciplina entre sus afiliados cuando estos intentaban apresurarse poniendo en riesgo demasiado pronto las conquistas de la organización en un “test de fuerza”.15 Los socialdemócratas (y más tarde, los partidos comunistas) estuvieron siempre motivados por este miedo al demasiado pronto. En lugar de apresurarse, habrían de tomarse su tiempo y moderar sus demandas en alianza con otras clases. En el pasado, los partidos socialdemócratas habían sido lo suficientemente fuertes como para tener una participación en el poder, pero no lo hicieron como resultado de la política de abstención. Ahora comenzarían a usar el poder que tenían: era hora de hacer compromisos, de llegar a acuerdos.

Fue esta tendencia al compromiso la que dividió al movimiento obrero. Para muchos trabajadores, renunciar a la abstención y hacer alianzas era una “traición”, una que señalaba, en particular, las influencias corrosivas de otras clases (intelectuales pequeño burgueses), o de ciertos sectores privilegiados y pro-imperialistas de la clase obrera (la aristocracia obrera ). De hecho, este giro en la socialdemocracia tenía raíces más prosaicas. En primera instancia, era la única manera de dar a los votantes algo que celebrar, una vez que los porcentajes de voto dejaron de crecer con rapidez. Segundo, y más importante aún, una vez que los socialdemócratas pudieron ver que no podían llegar a la crucial mayoría numérica solo sobre la base de los trabajadores, era lógico que comenzaran a buscar a los votantes en otra parte: los socialistas tuvieron que “elegir entre un partido homogéneo en su apelación a la clase, pero condenado a derrotas electorales perpetuas, y un partido que lucha por el éxito electoral a costa de diluir su carácter de clase”.16 Cada vez más, todos los partidos socialdemócratas optaron por esta última opción. El “pueblo” tendió a sustituir cada vez más a la clase obrera (aunque la retórica socialdemócrata también tendió a voltear hacia atrás en los momentos cruciales), con la victoria sobre el antiguo régimen al alcance la democracia se convirtió en un fin en sí mismo. Los socialistas dejaron caer toda referencia a la violencia, y luego, eventualmente, a la revolución, con el fin de establecerse en el parlamento, preparándose para el largo camino por recorrer.

El problema es que atraer al pueblo requiere diluir el programa.17 Su electorado ampliado de pequeños comerciantes, campesinos, y demás experimentaba los problemas de la modernidad de maneras diferentes que eran difíciles de aunar. Los partidos se convirtieron en contenedores para un conjunto de intereses sectoriales, conservados juntos más por maniobras políticas que por cualquier tipo de coherencia interna. Los socialdemócratas se vieron obligados a luchar por el centro con otros partidos, nacionalistas y religiosos: “a medida que la identificación de clase [se volvió] menos prominente, los partidos socialistas [perdieron] su atractivo único para los trabajadores.”18 Por lo tanto, incluso con un electorado ampliado, tuvieron que seguir bregando por alcanzar el escurridizo 51 por ciento de la mayoría.

Los partidos socialdemócratas justificaron inicialmente su reformismo diciendo que el momento aún no estaba maduro, pero a partir de la década de 1950 dejaron caer gradualmente la idea de la socialización de los medios de producción, hasta abandonarla por completo. Habían llegado a ver este cambio no necesariamente como un retroceso. Esto se debe a que, para muchos socialdemócratas, un partido de la clase obrera a la cabeza del Estado es el socialismo, o al menos, todo lo que queda de esta idea: el Estado organiza todas las actividades de la clase obrera, no a través de sus intereses separados como trabajadores de diferentes fábricas o sectores, sino más bien, como un todo, como trabajador colectivo, el cual comanda a los diferentes sectores. El mundo obrero, desde esta perspectiva, no es un sueño lejano, sino una socialdemocracia realmente existente.

2 LOS REVOLUCIONARIOS ROMÁNTICOS

En el centro del movimiento obrero estaban los revolucionarios románticos. Ellos argumentaban que el poder debía tomarse ya, precisamente con el fin de completar la transición que el capitalismo no había logrado producir. De este modo los bolcheviques en Rusia y los maoístas en China adoptaron la tarea de asegurarse de que la clase obrera se convirtiera en mayoría, en lugar de que se desarrollara en sus países “atrasados” de acuerdo a la dinámica capitalista. Con el fin de lograr este objetivo, los trabajadores tendrían que completar la revolución burguesa ocupando el lugar de una burguesía débil y servil.

En desarrollar esta tarea, los revolucionarios en los países pobres enfrentaban un problema real. Debido al desarrollo capitalista en curso en occidente, la frontera tecnológica había continuado siendo empujada más lejos. Ponerse al día se hizo mucho más difícil de lograr. Ya no era posible alcanzar a los líderes tecnológicos de Occidente por medio del “Sistema Americano”. Permitir a las industrias capitalistas que se desarrollaran sobre esa base simplemente tomaría demasiado tiempo: ponerse al día llevaría cientos de años, en vez de décadas.19 En estas condiciones, la única manera de avanzar era suspender de la lógica del mercado por completo. Toda la infraestructura y el capital fijo tuvieron que ser construidos de una sola vez. Los precios tuvieron que ser deflacionados artificialmente a su nivel esperado en el futuro, un nivel que no sería realmente alcanzado hasta que todo el sistema industrial interconectado hubiera sido más o menos completamente edificado. Esta estrategia industrial tan compleja fue conocida como “industrialización forzosa”.20 Sólo fue posible en aquellos países en los que formas extremas de planificación eran permisibles.

Yevgeni Preobrazhensky, en esencia, descubrió la posibilidad de la industrialización forzosa apoyándose en sus propios análisis sobre los esquemas de reproducción de Marx.21 Desarrolló sus hallazgos en una nueva clase de marxismo antimarxista: desarrollismo vía planificación centralizada. Así surgió, en un naciente bloque “comunista”, la figura del tecnócrata-planificador. Sin embargo la creación de un estado planificador tecnocrático significaba arrancar las tradicionales relaciones agrarias, algo a lo que las élites del antiguo régimen, así como también muchos campesinos, se opondrían amargamente. Por lo tanto el desarrollismo-marxista necesitaba deshacerse de las viejas élites y reorganizar la vida en el campo; hacer compromisos ya no era una opción.

Al final fue este aspecto de la estrategia el que dio resultados. En el siglo XX, sólo los países que acabaron con las élites del antiguo régimen fueron capaces de ponerse al día: Rusia, Japón, Corea del Sur y Taiwán.22 Por supuesto, Japón, Corea del Sur y Taiwán fueron capaces de lograr este resultado sin volverse comunistas, pero su capacidad para hacerlo tuvo todo que ver con una ola de revoluciones que se extendió por Asia oriental y sudoriental (los sitios principales de guerras campesinas victoriosas), y también con la asistencia recibida de los EE.UU. Donde los revolucionarios románticos no llegaron al poder y las élites del antiguo régimen no fueron depuestas, en la India, Brasil, etc., el desarrollismo encalló. Tuvieron que hacerlo entonces a la antigua usanza, mediante el compromiso y la corrupción, y esto sencillamente no fue suficiente.

Podemos ver en esta tendencia la forma extrema de la paradoja del movimiento obrero. Bajo los socialdemócratas el apoyo al desarrollo de las fuerzas productivas significó principalmente la construcción de la imagen del trabajador colectivo, los llamados a la disciplina, la construcción de las instituciones para supervisar a los trabajadores en el largo aliento. Con los revolucionarios románticos nos encontramos con el movimiento obrero no simplemente esperando el desarrollo de las fuerzas productivas, teniendo fe en que se van a desarrollar, sino desarrollándolas de manera activa, con la disciplina de hierro de un aparato estatal centralizado.23

3 LOS HAGAMOS COMO SI

Por último estaba la izquierda: los anarcosindicalistas y comunistas de los consejos. La izquierda arrancó del hecho de que la clase obrera ya era una mayoría en las ciudades industriales, donde los socialdemócratas y sindicalistas tenían el poder. En este estrecho contexto el límite externo era invisible. Para los trabajadores de estas áreas estaba claro que eran ellos los que estaban construyendo el nuevo mundo. Todo lo que quedaba por hacer era tomar el control del proceso de producción directamente -no a través de la mediación del Estado, sino por medio de sus propias organizaciones.

De esta manera, la izquierda rechazó el problema de cómo hacer para que la clase obtuviera una mayoría del 51 por ciento a nivel nacional. No había necesidad de compromisos con otros partidos, ninguna necesidad de apelar al pueblo en lugar de a la clase. Esto explica el carácter cada vez más anti-parlamentario de una fracción considerable del movimiento obrero después de 1900: rechazaron el Parlamento como el sitio donde todo el país se suma, dejando en minoría a los trabajadores. La izquierda rechazó el problema de la mayoría real para favorecer las mayorías locales.

Eso se debió a que los anarquistas y la izquierda comunista, más que nadie, realmente creían en el trabajador colectivo.24 Ambos veían en la huelga de masas la agitación de un gigante dormido, tirando de las cuerdas con las que las organizaciones formales lo habían atado con tanto esmero. El trabajador colectivo tenía que ser alentado para que se deshiciera de las mediaciones que lo dividían, que lo atrapaban en sindicatos y partidos obsesionados con este mundo y con la obtención de conquistas para los trabajadores en tanto que vendedores de mercancías.

En ese sentido, la izquierda reconoció implícitamente que el desarrollo de las fuerzas productivas estaba llevando a la sociedad separada. Ellos vieron correctamente que esto era resultado, en parte, del trabajo de las organizaciones de los propios trabajadores, de su intento por fortalecer a la clase por medio de su integración al Estado.25 La izquierda critico las realidades del movimiento obrero desde el punto de vista de sus ideales, refugiándose o hallando consuelo en la lógica de los análisis más puros y revolucionarios de Marx. Pero al hacerlo buscaban mayormente hacer retroceder la marcha del reloj. No vieron que no podría haber sido de otro modo: era imposible construir el trabajador colectivo sin, por una parte, la derrota del antiguo régimen y, por la otra, la construcción del poder de clase a través de todas estas diferentes mediaciones. Veían la huelga de masas como una revelación de la verdadera esencia del proletariado. Pero, ¿qué propósitos tenían esas huelgas? En su mayoría buscaban asegurar los derechos políticos de los partidos y sindicatos de los trabajadores, o intentaban renegociar, en lugar de derrocar, las relaciones entre los trabajadores y sus direcciones.

  1. Geoff Eley, Forging Democracy, p. 75.
  2. Ibid., p. 83.
  3. Ibid., p. 48.
  4. Eric Hobsbawm, Age of Capital, p. 136.
  5. En muchos países el cénit fue mucho menor, alrededor del 30-35 por ciento de la fuerza de trabajo.
  6. Sobre la especificidad del trabajo en los servicios ver debajo sección 5.2
  7. Geoff Eley, Forging Democracy, p. 48.
  8. Sobre este concepto ver ‘Miseria y Deuda’ en Endnotes 2, Abril 2010.
  9. Geoff Eley, Forging Democracy, p. 51.
  10. Véase la importancia del Metodismo para el movimiento obrero inglés. La Prohibición (del alcohol) fue una palanca clave en el partido laborista original de Keir Hardie.
  11. Geoff Eley, Forging Democracy, p. 82.
  12. El movimiento se opuso a todas las formas de cultura popular oficial, que recién estaban apareciendo por entonces, puesto que mantenían al proletario en su caso en lugar de la calle, donde eran más susceptible a los sermones y súplicas para que ingresaran a los mítines socialistas o anarquistas. El éxito de formas oficiales de entretenimiento -el cine, la radio y la TV por encima de todo- explican gran parte de la eventual muerte de aquellas formas de vida que se afirmaban en la identidad de los trabajadores.
  13. Geoff Eley, Forging Democracy, p. 83.
  14. Esto no es lo mismo que decir que todas las tácticas y estrategias están uniformemente moribundas. Los sindicatos todavía existen obviamente y las identidades y tácticas forjadas en previas eras pueden ser movilizadas en casos particulares. Pero está claro que aquellas instancias particulares ya no pueden ser insertadas dentro de alguna gran narrativa al final de la cual yace alguna clase de sociedad de los trabajadores, a la cual se pudiera llegar por reforma o revolución.
  15. Anton Pannekoek repasó los debates alrededor de esta frase en ‘Teoría marxista y táctica revolucionaria’, 1912.
  16. Adam Przeworski, ‘Social Democracy as a Historical Phenomenon’. New Left Review NLR I/122, Julio-Agosto 1980.
  17. Cf. Amadeo Bordiga, ‘El programa revolucionario de la sociedad comunista elimina toda forma de propiedad sobre la tierra, los instrumentos de producción y los productos del trabajo’ (Partido Comunista Internacional 1957).
  18. Przeworski, Social Democracy as a Historical Phenomenon. ‘Los partidos socialdemócratas ya no son más cualitativamente diferente de otros partidos; la lealtad de clase no es más una fuerte base para la auto-identificación. Los trabajadores ven la sociedad como compuesta por individuos; se ven a sí mismos como miembros de colectividades distintas a la clase; se comportan políticamente sobre la base de afinidades religiosas, étnicas, regionales o de algún otro tipo. Así llegan a ser católicos, sureños, francófonos, o simplemente “ciudadanos”‘.
  19. Robert Allen, Global Economic History.
  20. Ibid.
  21. Ver Robert Allen, From Farm to Factory: A Reinterpretation of the Soviet Industrial Revolution (Princeton 2003).
  22. Se podría mencionar también el estado de colonos de Israel, que se desembarazó de las élites locales en una manera diferente.
  23. Su apoyo al desarrollo de las fuerzas productivas involucró una visión del comunismo como mundo de la abundancia. Teoréticamente la disolución del estado tendría lugar al mismo tiempo que la de la clase. Pero para llegar allí, paradójicamente, había que agrandarlo y fortalecerlo.
  24. La izquierda italiana complica esta foto, porque no rechazaron a los sindicatos y partidos de la misma manera que los anarcosindicalistas y la Izquierda Comunista holandesa y alemana. Las mediaciones que opusieron (partido masa, frente unido, antifascismo) fueron más singulares, su disenso respecto a la línea principal del movimiento obrero fue menos pronunciada. Aún así la crítica de Bordiga al consejismo llegaría a ser la base para una ruptura crítica con la ideología del movimiento obrero (Ver Epílogo)
  25. La izquierda se mantuvo fiel al período temprano del movimiento obrero, rechazando no solo el parlamento sino el aparato de estado en su conjunto, llamando a su remplazo con federaciones de trabajadores. El trabajador colectivo no se constituiría a sí mismo por medio de los órganos del estado, recibiendo y pasando órdenes, sino de abajo arriba, por medio de la democracia directa. Sin embargo el problema de cómo ‘agregar’ fue por ello transferido a las relaciones entre unidades productivas individuales. ¿Cómo se resolverían los conflictos de intereses entre estas unidades? La izquierda se imaginó una resolución mágica, por medio del intercambio directo entre unidades productivas, el remplazo del dinero por unidades de tiempo de trabajo, el trabajo mediándose a sí mismo. En lugar de superar la superación de la alienación concibieron la reducción de su esfera.

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